La aparente diversidad de productos en las góndolas de los supermercados, en las vitrinas de las pastelerías o en las tiendas virtuales de Internet podrían ser un espejismo.
En esta reflexión, analizaremos las tendencias y el gran riesgo de no poder lograr una diversidad real en nuestra alimentación. Comenzamos con la Industria del nuevo siglo; uno de los objetivos más brillantes y auspiciosos de la Revolución 4.0 señala que se garantizará el acceso transparente y generalizado a toda la información entre el alimento producido y el consumidor.
Hay que tomar en cuenta que hoy en día los consumidores poseen una cada vez mayor fuerza en la toma de decisiones de los productos. Ellos buscan productores que les faciliten la mayor información de sus productos y que sean dúctiles para adaptarse a las necesidades y valores del consumidor. Y es que el consumidor del futuro buscará convertirse en participante activo de la industria alimentaria beneficiando la conectividad por medio de sus móviles, tablet, pantallas inteligentes y todo lo que permita vincular información.
Pero todo esfuerzo choca ante el muro de la realidad, con datos incontarrestables; el 75% de los alimentos que consume todos los habitantes del planeta provienen de sólo 12 plantas y 5 especies de animales. Esto es lo que está matando a la biodiversidad y acercándonos a la imposibilidad de contar con alternativas. Escenario riesgoso.
En mi opinión, los cambios fundamentales deben ocurrir a nivel de granja. Para esto, se necesitan cambios masivos que permitan a nuestros agricultores diversificar sus cultivos sin dejar de ganarse la vida de manera digna. Durante las últimas semanas me he entrevistado con profesionales de las Tecnologías de la Informática, con expertos en robótica y automatización de Chile y España y advierten algo que tenemos muy presente; no hay grandes cambios positivos en la matriz industrial en nuestro país.
Para que esto funcione, se necesitarán muchas asociaciones, entre ellas el gobierno y nuestros agricultores. Lo que se necesita es una estrategia fundamental que vaya del «suelo a la sociedad», es decir, un enfoque de sistemas completos. Todo esto posibilitaría, en un futuro cada vez más inmediato, un entorno interconectado que exalte una producción más eficiente y flexible, consumidores enlazados a los procesos innovadores, cadenas de valor colaborativas y una más inteligente adaptación al entorno.
Pero es una situación, que al menos en Chile, no se ve auspiciosa, básicamente por la escasa o casi nula capacidad e interés de la empresa agricultora nacional por renovarse, por inyectar tecnología a los procesos y a la producción, donde prácticamente todos los procesos se realizan, sin mucha diferencia, de manera similar a cómo se realizaban a principios del siglo, y quizá como se producía en los albores de nuestra república.
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