En la sociedad impetuosa, acelerada e insaciable en la que vivimos, todo lo que hacemos parece medirse por los resultados instantáneos que pudieran lograrse.
Ya no son los días en los que nos enseñaban a trabajar duro, ser consistentes y pacientes, para alcanzar cierto nivel de éxito, ahora parece que esas nociones se están tornando obsoletas lentamente. Pero dedicaré esta columna para subrayar la importancia de enamorarse del proceso y no solo de los resultados, muy especialmente cuando estamos frente a un desafío personal. Es una lección que puede parecer irracional al principio, pero espero explicarlo en estas líneas.
Ejemplifiquemos con una situación que las mujeres afrontamos regularmente; cuando decidimos ponernos a dieta. Sabemos que vamos a lucir y a sentirnos mucho mejor sin esos kilitos de más, pero también tenemos muy claro que vamos a tener que dejar de comer esos alimentos que nos gustan, y mucho, como todo lo altamente indulgente y azucarado… ¿Y que hay si estamos por iniciar un emprendimiento, como por ejemplo una panadería artesanal o una pastelería?
Es una idea atractiva, ¿verdad? Sin embargo, una vez que la dopamina desaparece después de un ambicioso propósito personal, nos enfrentamos a la compleja tarea de averiguar cómo vamos a hacer que se haga realidad. Ese es el momento en que nos atascamos, el tiempo pasa y lo que una vez fue una meta inspiradora ahora se ha convertido en un recuerdo olvidado. ¿Qué hacer?
«Si estás por emprender un negocio, te encanta la idea final de ser tu propio jefe, de verte llevando tu propio negocio, de saber que creaste algo por ti mismo, y que además, está dando frutos. Pero, ¿qué hay del proceso? El proceso definitivamente no va a ser fácil… y la cuestión es que, si no te gusta, si literalmente no te enamoras del mismo, lo vas a terminar dejando», nos aconseja el portal Mayneza, un popular blog dedicado a la superación personal.
¿Alguna vez has escuchado el refrán “Obtienes de la vida lo que pones en ella”? Es una declaración que, debido a que es tan simple, a menudo la complicamos. Cuando tratamos de acelerar el procedimiento sin concentrarnos en el proceso, no somos conscientes de por qué obtenemos ciertos resultados.
Las personas realmente exitosas sienten el mismo cansancio, aburrimiento y la misma falta de motivación que sentimos todos. No tienen una receta prodigiosa que los haga sentir listos e inspirados todos los días. Pero la diferencia es que las personas que se apegan a sus metas no dejan que sus emociones determinen sus acciones y lo hacen “enamorándose del proceso” y aprendiendo de los fracasos temporales. Este tipo de emprendedores encuentran siempre una manera superar el hastío y adoptar la práctica diaria que se requiere para lograr los objetivos. Sin saber cómo manejar los contratiempos, nunca apreciaremos el éxito cuando este se presente. Los fracasos nos obligan a prestar atención y nos permiten saber que nos estamos acercando al éxito, pero lo que es más importante, nos permite ser conscientes y apreciar el proceso al final.
Esta capacidad de hacer el trabajo cuando no es fácil es lo que diferencia a los mejores de todos los demás. Esa es la oposición entre profesionales y aficionados.
Si quieres ser significativamente mejor en algo, tienes que enamorarte del proceso de hacerlo. Tienes que enamorarte de construir la identidad de alguien que hace el trabajo, en lugar de simplemente soñar con los resultados que deseas.
Apreciar las interminables horas de práctica mientras nos hacemos expertos en algo en última instancia hará que esos momentos valgan la pena y sean emocionantes. ¿Quién dijo que solo hay que elegir uno? Disfruta tanto del proceso como de los resultados y aprendamos de ambos.
En otras palabras; enamórate del aburrimiento, de la repetición y la práctica. Enamórate del proceso de lo que haces y deja que los resultados lleguen. Un último consejo; busca en Google artículos que hablen de la Regla de las 10.000 horas.
Fuentes:
Mayneza
Bosco Soler
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