Fuimos domesticados por el Trigo

Revisaremos la épica gesta que el ser humano realizó con una simple semilla encontrada en la tierra, hasta transformarla en uno de los cultivos clave en el actual modo de vida en el mundo.

La historia de la humanidad y su relación con el trigo es, sin duda, una de las gestas más trascendentales en nuestra evolución. Un pequeño cereal fue transformado por los seres humanos en uno de los cultivos clave que ha dado forma a nuestra civilización moderna. Sin embargo, este relato, tradicionalmente enmarcado bajo la “domesticación de los cereales”, se ha abordado casi siempre desde el prisma de los beneficios obtenidos por el ser humano. Pero, ¿qué hay de las externalidades y sacrificios que implicó el cambio de estilo de vida que asumimos para cuidar de una semilla?

En su libro Sapiens, de animales a dioses, el historiador Yuval Noah Harari plantea una perspectiva intrigante y poco convencional: en lugar de ser los humanos quienes domesticaron al trigo, fue este cereal el que, en cierto modo, domesticó a la humanidad. Este análisis, aunque controvertido, tiene profundas implicaciones sobre cómo entendemos nuestro «progreso» como especie.

El trigo y el cambio de estilo de vida

El trigo, parte integral de la vida humana desde hace milenios, modificó la estructura misma de nuestras sociedades. Según la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, los antiguos egipcios cultivaban el farro (Triticum turgidum), una de las primeras variedades de trigo. Cuando los romanos invadieron Egipto, adoptaron este cereal al que llamaron “trigo de los faraones”, una práctica que se extendió por Europa y que derivó en lo que hoy conocemos como trigo moderno, fruto de la hibridación entre el farro y otras especies de hierbas salvajes.

Antes de la domesticación del trigo, los sapiens vivían como cazadores-recolectores. Eran nómadas, con dietas diversas, adaptándose a diferentes entornos naturales. Sin embargo, la adopción del trigo como cultivo base transformó radicalmente este estilo de vida. Los humanos dejaron de moverse constantemente y comenzaron a asentarse en un solo lugar, lo que los llevó a dedicar largas horas al cultivo, cuidado y protección de esta planta.

¿Quién domesticó a quién?

La perspectiva de Harari pone en duda la narrativa clásica de la Revolución Agrícola como un avance inequívoco para el bienestar humano. Al asentarnos para cultivar trigo, los humanos también asumieron nuevas responsabilidades y trabajos más duros, como la irrigación de campos, la defensa de los cultivos y la manipulación del entorno para mejorar las cosechas. El «éxito» del trigo no solo se mide por su presencia en la dieta humana, sino también por cómo logró expandir su territorio a expensas de la libertad y flexibilidad de los humanos.

El ser humano, que antes tenía una vida más diversa y menos dependiente de una única fuente de alimentos, se convirtió en un ser sedentario, estructurando sus días y su sociedad en torno a las necesidades del trigo. Esto significó también una disminución en la variedad alimentaria, con implicaciones en la salud y la aparición de enfermedades derivadas de una dieta menos equilibrada. Además, la aparición de las primeras grandes civilizaciones trajo consigo desigualdades económicas y sociales, muchas veces exacerbadas por la acumulación de bienes agrícolas.

El precio del progreso

Esta reflexión sobre la domesticación del trigo lleva a una conclusión inquietante: lo que históricamente ha sido considerado un progreso para la humanidad, podría también interpretarse como una adaptación forzada. Nos hicimos dependientes de un sistema que, aunque permitió el crecimiento demográfico y el desarrollo de tecnologías, también ató a los humanos a ciclos de trabajo intensivo y a nuevas jerarquías sociales.

El relato de Harari nos invita a reconsiderar cómo hemos construido nuestra relación con el mundo natural. La Revolución Agrícola fue, sin duda, un hito en nuestra historia, pero es necesario reconocer que el precio de ese «progreso» fue mucho más alto de lo que tradicionalmente se ha reconocido. Al final, quizá, no fuimos nosotros quienes domesticamos al trigo, sino que este cultivo transformó nuestras sociedades y, en cierto modo, nos domesticó a nosotros.

Este análisis plantea una reflexión profunda sobre la naturaleza de nuestra evolución, recordándonos que muchas de las elecciones que hemos considerado como avances tienen también un coste implícito, que no siempre hemos calculado del todo.

Fuentes:
Climática
Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología
Munsa México

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