En el fino tejido de la memoria, hay hilos de nostalgia que se entrelazan con los aromas y sabores de la infancia. Las masas dulces ocupan un lugar muy especial en los corazones.
Para muchos chilenos que crecieron en las últimas décadas del siglo pasado, la repostería no solo era un arte culinario, sino un portal a un universo de recuerdos dulces y entrañables. En aquella época, (y agracias a los talentos culinarios de las mamás y las abuelas) un importante porcentaje de los hogares chilenos estaban impregnados del aroma reconfortante de masa recién horneada y dulces caseros que llenaban los rincones de la casa con su fragancia tentadora. La repostería era más que una simple actividad culinaria; era una expresión de amor y cuidado por parte de madres y abuelas que dedicaban horas en la cocina, preparando delicias para sus familias.
Los dulces tradicionales chilenos se convirtieron en los protagonistas de muchos momentos especiales. ¿Quién no recuerda el aroma embriagador de las sopaipillas recién fritas en una tarde de invierno, acompañadas de manjar o mermelada? O quizás el placer de saborear un trozo de torta en las celebraciones familiares, con capas delicadas de crema y hojaldre que se deshacían en la boca.
En mi caso personal recuerdo con especial cariño dos momentos específicos de aquella dulce época de mi infancia. El primero era cuando mi papá, que en esos años trabajaba en el Banco del Desarrollo, era visitado en su sucursal por uno de los dueños de la Panadería y Pastelería San Camilo en Estación Central. Allí luego de la reunión llegaba a casa con una bolsita llena de Galletas Mangueadas… ¡eran exquisitas!
El otro momento muy especial tenía de protagonista a mi mamá. Cada cierto tiempo, no siempre con un motivo especial, elaboraba una rica Selva Negra, que era mi favorita. Allí luego de verla preparar con amor y paciencia esa deliciosa torta, yo debía esperar y esperar por un trozo de esa maravilla, que por supuesto duraba bastante poco en casa… siempre fuimos bien dulceros.
También hay espacio en el corazón para otros lindos recuerdos asociados con el Bakery; los cumpleaños eran ocasiones especialmente memorables, donde la mesa se adornaba con una variedad de pasteles y postres caseros. Desde el clásico queque de vainilla hasta la exquisita leche asada, cada bocado era una explosión de sabores que se mezclaban con risas y juegos infantiles.
Pero más allá de los sabores y aromas, la repostería era un vehículo para transmitir valores y tradiciones familiares. Las recetas se pasaban de generación en generación, cada una con su toque único y secreto guardado celosamente. A través de la cocina, se compartían historias y se fortalecían los lazos familiares, creando recuerdos que perdurarían toda la vida.
La repostería también era un reflejo de la identidad cultural chilena, con influencias que se remontaban a la época colonial y se mezclaban con ingredientes autóctonos. Desde el dulce de membrillo hasta los alfajores rellenos de manjar, cada dulce contaba una historia de la rica herencia gastronómica del país.
Hoy en día, aunque el ritmo de vida puede haber cambiado y las tendencias culinarias evolucionado, la magia de la repostería sigue siendo una fuerza poderosa en la vida de muchos chilenos. Ya sea recreando las recetas de antaño o descubriendo nuevas interpretaciones de los clásicos, la repostería continúa siendo un puente entre el pasado y el presente, entre la nostalgia y la innovación.
En conclusión, la repostería y los recuerdos de infancia en Chile son inseparables. Cada postre lleva consigo la esencia de momentos compartidos, de risas y abrazos, de tradiciones que perduran a través del tiempo. En un mundo en constante cambio, la repostería sigue siendo un ancla de conexión con nuestras raíces, un recordatorio dulce de quiénes somos y de dónde venimos.
Nos encontramos en marzo. Gracias por seguirnos.
Fuentes:
Un Café con Chile
Memoria Chilena