Lo que nos Gusta y el por qué nos Gusta

La panadería y la pastelería, con sus productos indulgentes y su capacidad para evocar emociones, están profundamente ligadas al concepto de valoración hedónica. ¿Reflexionemos?

Al igual que en otros aspectos de la vida, las decisiones que tomamos respecto a lo que comemos se basan en la búsqueda de placer y gratificación. Un buen pan recién horneado o un pastel elaborado con delicadeza no solo son alimentos, sino experiencias sensoriales que nos conectan con lo que valoramos en nuestro entorno.

El acto de disfrutar una pieza de repostería, como un croissant dorado o un pastel de chocolate suave, es mucho más que un simple proceso de ingesta calórica. Desde una perspectiva sociológica, estos momentos de indulgencia nos conectan con aspectos profundos de nuestra identidad, cultura y emociones. En esa primera mordida, el aroma, la textura y el sabor no solo activan papilas gustativas, sino que evocan memorias, emociones y conexiones humanas que trascienden la mera satisfacción física.

El Bakery en su variante repostera, y más ampliamente la gastronomía, se convierte en un espacio en el que interactúan múltiples dimensiones de la experiencia humana: biológica, social, emocional y simbólica. Esta relación con la comida, específicamente con los productos de panadería y pastelería, refleja el modo en que buscamos placer y significado en lo cotidiano. No se trata únicamente de satisfacer una necesidad primaria de nutrición, sino de vivir un momento de bienestar, un breve escape de las exigencias diarias que marcan nuestras rutinas.

El sociólogo Pierre Bourdieu señaló que las preferencias alimentarias son una manifestación de nuestro «habitus», una construcción social que define nuestras inclinaciones y gustos. La búsqueda del placer en la repostería, aunque en apariencia es una simple cuestión de indulgencia, se encuentra arraigada en esta estructura social. El hecho de preferir ciertos productos, como el hojaldre ligero o el chocolate fundente, está directamente vinculado a nuestra historia cultural y a la socialización. En la infancia, momentos festivos como cumpleaños o celebraciones familiares suelen estar acompañados de productos dulces, generando un vínculo emocional que nos acompaña a lo largo de la vida.

El consumo de productos de repostería también tiene una dimensión colectiva. Compartir una torta o unos pasteles en una reunión familiar o de amigos refuerzan los lazos sociales y crean un sentido de pertenencia. En este sentido, la indulgencia no solo se experimenta a nivel individual, sino que también fortalece las redes sociales y comunitarias. La repostería, entonces, no es solo una manifestación de placer personal, sino un ritual que refleja valores compartidos.

Desde una perspectiva biológica, la preferencia por lo dulce está anclada en nuestra evolución. El cerebro humano, siempre en busca de recompensas, ha desarrollado una respuesta positiva a los alimentos ricos en azúcares y grasas, ya que estas fueron fuentes valiosas de energía en tiempos de escasez. Sin embargo, en la sociedad contemporánea, esta búsqueda del placer ha sido codificada y reconfigurada a través de narrativas culturales y de consumo. La panadería y la pastelería se han convertido en símbolos de indulgencia y celebración. En los escaparates, los pasteles y panes se presentan como objetos de deseo, capaces de ofrecer una experiencia momentánea de felicidad en medio de una vida muchas veces marcada por el estrés y la prisa.

Pero el consumo de estos productos no es un acto aislado. En cada bocado de una pieza de repostería, se revela nuestra relación con el placer, la moderación y la indulgencia. La pastelería nos ofrece una pausa, un momento de hedonismo controlado que nos recuerda la importancia de balancear nuestras vidas entre el deber y el disfrute. En un mundo que a menudo enfatiza la productividad, permitirse momentos de placer gastronómico es una forma de resistencia a la cultura de la prisa, y una reafirmación de nuestra humanidad.

Estamos ya finalizando esta reflexión y a modo de colofón podemos indicar que la experiencia de consumir repostería y panadería no puede entenderse solo desde una perspectiva biológica o económica. Es un acto profundamente sociocultural que revela cómo las sociedades construyen, negocian y celebran el placer. La indulgencia es una parte esencial de la vida, no solo como una respuesta biológica al deseo de lo dulce, sino como un mecanismo social y cultural que refuerza la identidad, la pertenencia y la alegría compartida.

¡Nos encontramos de nuevo en noviembre! A disfrutar de esta nueva primavera…

Fuentes:
The Conversation
Taylor & Francis Group
Entramados Sociales

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